SANTONES Y COFRADÍAS

Pese al monoteísmo islámico, el pueblo siempre buscó intermediarios entre lo divino y lo humano. Los «santones» son las personas especialmente gratas a Alá y protegidas por él, con la función de interceder ante Alá en favor de la comunidad islámica, intercesión tan beneficiosa, que si alguien maldice su memoria deviene hereje. Santones fueron los cuatro primeros califas ortodoxos (Abu Bakr, Omar, Otman, y Alí). La lista se completa con una pléyade de gentes piadosas de todas las profesiones. En este ambiente, particularmente extendido por Africa del Norte, árabe tanto como berebere, se mezclan ciertos cultos antiguos con la piedad musulmana. El marabut (al-marabit, morabito, «almorávide») es un campeón de la fe, una especie de santo, a veces ermitaño, buen conocedor del Corán, famoso por su profunda piedad, cuyo prestigio le lleva a ser consultado por los doctores de la ley y a ser tomado por árbitro y juez de la tribu o incluso de la región, levantándose a su muerte una tumba (también llamada marabut), adonde acuden en peregrinación. El poder del marabut, su baraka, sigue unida a ese lugar, y se espera que pueda producir milagros. Por eso, tanto los musulmanes estrictos como los reformistas, han luchado contra el marabutismo.
De todos modos, se trata de una cuestión muy difícil de erradicar, pues cada pueblo tiene su propia escuela coránica, así como su propio sabio que se sabe de memoria el Corán. Esos hombres religiosos del pueblo, ancianos con turbante, dan consejos a los habitantes. Con frecuencia, recitan el Corán o los hádices aun sin comprenderlos: el islam que ellos conocen no es el de los filósofos de la época abasida. Pero tampoco es eso lo que les pide el pueblo, el cual no quiere saber nada de un islam sabio y austero, sino un islam que hable a la imaginación y al corazón, que esté cargado de supersticiones y de folclore. Usan talismanes contra el mal de ojo, visitan las tumbas de los santos. Este culto a los santos y a sus tumbas no es de origen coránico, pero se ha extendido rápidamente. Tocan, abrazan las tumbas, buscando así la bendición (baraka), a través de la cual esperan les sean concedidos deseos. Este culto a los santos se encuentra a mitad de camino entre el amor y la magia. Se trata de un auténtico misticismo popular. Esta necesidad de sueños, de evasión, de lo mágico, también se refleja en la espera de la llegada de un salvador (mahdí), que -al crear de nuevo todo lo ya hecho por el profeta- conducirá a los oprimidos a la victoria. Esa espera de un verdadero mesías siempre ha estado presente en los pueblos musulmanes, y esto explica el éxito del chiismo y la esperanza que fue capaz de suscitar el imam Jomeini. En el Africa negra el mahdismo es una constante. En los Estados Unidos el fenómeno de los Black Muslims se caracterizó por la violencia y por el llamamiento a la justicia que reestableciera la igualdad entre negros y blancos.
La cofradía se organiza bajo la autoridad de un maestro espiritual, considerado por sus adeptos como el intermediario a través del cual es posible alcanzar A Dios. Su poder es el del padre espiritual, más grande aúnque el poder del padre sobre su propio hijo. Después del trabajo, las gentes del pueblo tienen sesiones de dhikr, repeticiones infatigables de ciertas fórmulas tales como AUah Akbar (“Dios es el más grande”), que en ocasiones se acompañan con danzas, como en la cofradía de los derviches giradores. Algunas se reúnen al borde del agua e invocan a los genios acuáticos, las serpientes, cuya aparición marca el éxtasis del encuentro con Dios.